martes, 12 de diciembre de 2017

Festejan varones de Jiquilpan a La Guadalupana.



Jiquilpan.
Con una asistencia menor a la esperada los varones del municipio de Jiquilpan realizaron la tradicional “peregrinación de los faroles” que se ha convertido en el atractivo turístico más importante del último mes del año.
Apenas caer la tarde los varones que han comprado o fabricado sus faroles de tallo de carrizo adornados con papel China y los colores patrios se reúnen en el estado municipal en el centro de la ciudad con la vista fija en el sur de la mancha urbana.
Los varones sonríen, se saludan unos a otros y se alinean de acuerdo al color de su farol, los colores de la Enseña Nacional se van prefigurando en el mar de hombres que han acortado sus jornadas de trabajo para alcanzar a comer algo, tomar un baño y planchar su ropa para asistir con sus mejores galas a esta caminata.
Las mujeres de algunos hombres o madres de algunos niños  corren presurosas al atrio de la parroquia de San Francisco a comprar  su farol de última hora; los varones cruzan las calles y las plazas con su farol en mano y en el rostro reflejado el orgullo de su fervor guadalupano; ancianos, maduros, jóvenes y niños portan en la diestra el farol; otros llevan estandartes con las banderas de una América que espera la noche al cobijo del manto de su Emperatriz en la víspera de su fiesta.
Las antorchas esperan ansiosas la llegada de los corredores que días antes han salido a la capital del país para encender en la Basílica de Guadalupe la simbólica antorcha que resume la fe del pueblo corazón de la Ciénega.
Cae la tarde y la sirena de una patrulla anuncia la llegada de los corredores que son recibidas por los brazos y las lágrimas de fe de sus hijos, esposas y madres; algunas jovencitas, hijas de los corredores, se suman en la primera vuelta que dan los portadores de la antorcha, corren juntos a sus padres con el rostro y el pecho henchidos de orgullo pues los padres reciben la misma bienvenida que si hubiesen obtenido un Oro Olímpico.
La gente que se ha apostado a lo largo de las calles para ver el primer recorrido aplaude mientras los corredores arrojan a los espectadores imágenes de santos, escapularios, estampas, medallas y llaveros que han sido bendecidos en la casa de La Emperatriz de América.
Cae por completo la noche, las luminarias que han sido tema de conversación durante los últimos días, apenas puedan contener la oscuridad del cielo jiquilpense, un aire helado, más que otros años, curte la cara de los varones que esperan en el estadio la señal de arranque para comenzar con los vivas, con el tradicional “¡Viva Jiquilpan Guadalupano!” “¡Viva¡” responden a coro los hombres.
Las antorchas comienzan a iluminar la noche, los botes rellenos de arena impregnada de diésel comienzan a enrarecer el ambiente con su peculiar aroma al quemarse, los altares iluminados por baterías de automóviles que cargan en andas los peregrinos jiquilpenses, las banderas de los países de América ondeando, los vivas a la Virgen y después un extenso río de luces tricolor formado por las veladoras que arden dentro de los faroles recubiertos por el delgado papel.
La noche es fría, la cuesta arriba es complicada para llegar al Santuario ubicado en la parte poniente- norte de la mancha urbana, decían los antiguos que estar en el campanario del santuario mientras llegaba la peregrinación era como ver una serpiente de luces y matices que se acercaba con la cabeza baja en señal de culto a la Virgen de Guadalupe.

La llegada es sin igual, los gritos, las vivas y los aplausos se mezclan con el estallido de cohetes que rompen el firmamento en el que, por unos segundos, se dibuja la sonrisa de la amada Tonantzin.

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