Jiquilpan.
Con una asistencia
menor a la esperada los varones del municipio de Jiquilpan realizaron la
tradicional “peregrinación de los faroles” que se ha convertido en el atractivo
turístico más importante del último mes del año.
Apenas caer la tarde
los varones que han comprado o fabricado sus faroles de tallo de carrizo
adornados con papel China y los colores patrios se reúnen en el estado
municipal en el centro de la ciudad con la vista fija en el sur de la mancha
urbana.
Los varones sonríen, se
saludan unos a otros y se alinean de acuerdo al color de su farol, los colores
de la Enseña Nacional se van prefigurando en el mar de hombres que han acortado
sus jornadas de trabajo para alcanzar a comer algo, tomar un baño y planchar su
ropa para asistir con sus mejores galas a esta caminata.
Las mujeres de algunos
hombres o madres de algunos niños corren
presurosas al atrio de la parroquia de San Francisco a comprar su farol de última hora; los varones cruzan
las calles y las plazas con su farol en mano y en el rostro reflejado el
orgullo de su fervor guadalupano; ancianos, maduros, jóvenes y niños portan en
la diestra el farol; otros llevan estandartes con las banderas de una América
que espera la noche al cobijo del manto de su Emperatriz en la víspera de su
fiesta.
Las antorchas esperan
ansiosas la llegada de los corredores que días antes han salido a la capital
del país para encender en la Basílica de Guadalupe la simbólica antorcha que
resume la fe del pueblo corazón de la Ciénega.
Cae la tarde y la
sirena de una patrulla anuncia la llegada de los corredores que son recibidas
por los brazos y las lágrimas de fe de sus hijos, esposas y madres; algunas
jovencitas, hijas de los corredores, se suman en la primera vuelta que dan los
portadores de la antorcha, corren juntos a sus padres con el rostro y el pecho
henchidos de orgullo pues los padres reciben la misma bienvenida que si
hubiesen obtenido un Oro Olímpico.
La gente que se ha
apostado a lo largo de las calles para ver el primer recorrido aplaude mientras
los corredores arrojan a los espectadores imágenes de santos, escapularios,
estampas, medallas y llaveros que han sido bendecidos en la casa de La
Emperatriz de América.
Cae por completo la
noche, las luminarias que han sido tema de conversación durante los últimos
días, apenas puedan contener la oscuridad del cielo jiquilpense, un aire
helado, más que otros años, curte la cara de los varones que esperan en el
estadio la señal de arranque para comenzar con los vivas, con el tradicional “¡Viva
Jiquilpan Guadalupano!” “¡Viva¡” responden a coro los hombres.
Las antorchas comienzan
a iluminar la noche, los botes rellenos de arena impregnada de diésel comienzan
a enrarecer el ambiente con su peculiar aroma al quemarse, los altares
iluminados por baterías de automóviles que cargan en andas los peregrinos
jiquilpenses, las banderas de los países de América ondeando, los vivas a la
Virgen y después un extenso río de luces tricolor formado por las veladoras que
arden dentro de los faroles recubiertos por el delgado papel.
La noche es fría, la
cuesta arriba es complicada para llegar al Santuario ubicado en la parte
poniente- norte de la mancha urbana, decían los antiguos que estar en el
campanario del santuario mientras llegaba la peregrinación era como ver una
serpiente de luces y matices que se acercaba con la cabeza baja en señal de
culto a la Virgen de Guadalupe.
La llegada es sin
igual, los gritos, las vivas y los aplausos se mezclan con el estallido de
cohetes que rompen el firmamento en el que, por unos segundos, se dibuja la
sonrisa de la amada Tonantzin.