José Luis Ceja Guerra/Jiquilpan.
Durante décadas, desde 1920, la tienda de Feliciano Béjar fue algo así como el “Circo de los fantástico donde podía comprase desde una gorra marinera hasta un barco”; cerrada luego de la muerte de las propietarias la tienda cerró sus puertas y hoy abre nuevamente sólo como exhibición lo que ha convertido a este negocio en un portal al pasado.
“La tienda que tiene de todo un poco” se inauguró en 1920 como un pequeño negocio de la familia Béjar a su llegada procedente de Cotija tras los conflictos vividos en aquella región con Inés Chávez y fue atendida por Feliciano Béjar (padre), doña Juanita y sus hijas Consuelo y Salud justo en el año del nacimiento de Feliciano Béjar quien, a la postre, se convertiría en uno de los referentes culturales y sociales de su época.
Desde 1920 hasta 1998 la Tienda “El Porvenir” o Ancá Don Feliciano se convirtió en el centro comercial preferido por las amas de casa, jornaleros, albañiles, pintores, estudiantes y amantes de la lectura pues en sus vitrinas y estantes se encontraba una gama enorme de objetos que satisfacían las necesidades más diversas: gorras de marinero, reglas de dibujo industrial, el casi mítico libro de Álgebra de Baldor, textos de Salgari, agujas de árrea, dedales, tarugos, botones, hilos, anzuelos de todo podía encontrarse en este pequeño espacio que se ubicaba justo a un costado del atrio de la Parroquia de San Francisco.
Muchas eran las leyendas acerca de los miles de argumentos de don Feliciano para ponderar la calidad de su mercancía cuando algún cliente reclamaba “-¡Don Feliciano, esta aguja está oxidada!”
-“No, hombre, lo que pasa es que las traen desde Inglaterra en barco y con el agua salada del mar se ponen así, pero la aguja está buena” era una de las tantas frases atribuidas al hábil mercillero de Cotija que no tuvo para nada una vida fácil en la entonces elitista y clasista ciudad de Jiquilpan a cuya sociedad nunca pudieron acoplarse del todo.
La posibilidad de que el apellido Béjar tuviera alguna raíz judía hacía que las familias de mayor antigüedad intentaran segregar a los recién llegados al grado de sugerirle a doña Juanita (madre del artista) que si habrían de comprar casa en Jiquilpan no lo hicieran en el centro del pueblo, espacio reservado entonces para las familias de abolengo, sino una calle afuera del centro.
Pese a ello, El Porvenir se convirtió en el referente comercial de Jiquilpan que, por aquellos años, tampoco tenía mucho que ofrecer sin embargo la resistencia de la sociedad jiquilpense para aceptar a los Béjar se convirtió en algo mutuo pues la familia de comerciantes creo su propio mundo y su propia sociedad intramuros.
Gracias al trabajo del equipo integrado por La Casa Museo Feliciano Béjar el Porvenir y a la disposición de Martin Foley, heredero de la obra del artista Feliciano Béjar, El Porvenir abrió nuevamente sus puertas solo para exhibir la mercancía que no logró venderse a la muerte de los propietarios; entrar ahí es cerrar los ojos y respirar el olor a viejo, es volver a escuchar el incesante ir y venir de los compradores preguntando precios es abrir los ojos y ver los nombres de los albañiles, costureras, fontaneros, electricistas y jornaleros que pegaban en pequeñas tiras de cartulina en las vitrinas ofreciendo sus servicios.
Entrar a El Porvenir es volver a sentir el sol de primavera sentados en una banca del templo de San Francisco mientras la madre entra ancá Don Feliciano a preguntar si ya tiene los libros de la secundaria o a ver si hay tarugos (botones en forma de hueso) para ponerle al barbiquejo del sombrero de mi padre o para ponerle a la camisa de guache para la fiesta de mayo en Totolán.
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