miércoles, 20 de septiembre de 2017

Nada te prepara para la realidad.





José Luis Ceja Guerra/Cd. De México.
No importa cuántos simulacros se realicen nada nos prepara para la realidad. 32 años después la ciudad de México volvió a sentir el pavor de la tierra embravecida.
Pasaban las 11 de la mañana del martes 19 de septiembre cuando arribábamos al Congreso de la Unión en la Capital del País. Sobre nuestros cuerpos pesaban ya horas y horas del viaje iniciado justo a las 00 horas de ese día.
Tras dar varias vueltas al Palacio Legislativo nos avisaron que nuestro autobús ingresaría por la puertas 4 sin embargo no hubo acceso y tuvimos que ingresar caminando por la puerta del acceso al helipuerto.
El sol caía a plomo mientras la gente abandonaba de manera ordenada los edificios, era el simulacro por la conmemoración del XXXII aniversario del terremoto que devastó a ciudad de México. Un sentimiento de aprensión se apoderó de mí, una extraña preocupación que hasta ese momento no podía explicar.
Mientras los brigadistas que coordinaban el simulacro daban instrucciones a través de sus megáfonos juro que sentí que el piso bajo mis pies se movía, no lo sé, no quisiera aventurarme a llamarlo una premonición: “Me arrepiento de haber venido” dije a alguno de los compañeros de viaje quien solamente se sonrió.
Concluido el simulacro el Congreso volvió a sus labores habituales; nosotros, unas cuarenta personas ingresamos al edificio E del Legislativo para ser partícipes del arranque de la campaña nacional “Por una cultura de paz” los discursos sobre la necesidad de generar una cultura basada en el respeto, el diálogo y la tolerancia se sucedieron uno tras otros seguidos de un concierto de la filarmónica juvenil de la ciudad de Morelia.
En un intermedio justo después de la interpretación del son veracruzano de “La Bruja” aproveché para salir de la sala por un café y un cigarrillo, me indicaron que debía salir a la Plaza de los Constituyentes a fumar, se abría la puerta de cristal cuando alcance la escalerilla para descender a la plazoleta con un café en mi mano derecha.
Dicen que sí, pero yo no escuché la alerta sísmica, me enteré del temblor cuando sentí que el piso se movía furiosamente bajo mis pies; de repente todo era un caos, la gente salió de los edificios a toda prisa, había gritos de amigos buscando a amigos, no sé como pero caí, un camarógrafo del canal del Congreso regresó por mí, intentó arrastrarme hasta la zona de seguridad, era inútil, un integrante del equipo de seguridad se sumó al esfuerzo, después una mujer y entre todos me llevaron hasta la plazoleta.
Era un caos, fueron segundo en que la vista de todos estaba fija en los muros de los edificios circundantes que amenazaban con cubrirnos, segundos de desesperación, de crisis nerviosas, de gritos desesperados para lograr reunir a los contingentes de visitantes. Los brigadistas daban instrucciones que poca gente seguía. Segundos que terminaron finalmente y después la desesperación de todos por comunicarse con los seres queridos, no había red de telefonía sin embargo las conexiones a internet se mantenían activas y fue lo que generó mayor temor.
Quienes estábamos al interior de las instalaciones no alcanzamos a dimensionar lo que estaba ocurriendo; sólo veíamos pasar helicópteros, sirenas y los videos de edificios y vialidades destruidas ponía una nota de angustia, miedo y dolor en todos.
La orquesta juvenil de Morelia intentó calmar los ánimos angustiados y comenzaron a interpretar melodías que sacaran de su estado a la gente congregada en la plazoleta; las notas del Cielito Lindo se elevaron y algunos de los asistentes entonaron la emblemática melodía aún con la voz quebrada y los ojos a punto de estallar; había miedo, pero había también esa necesidad de demostrar fortaleza para evitar mayor miedo.
La vialidades fueron cerradas para dar prioridad a los servicios de emergencia, la falta de información de lo que ocurría en el exterior y por fin por breves periodos se reestablecía la red de telefonía y la comunicación con los seres queridos volvía a poner nudos en las gargantas de quienes lograban comunicarse.

Cerca de las cuatro de la tarde en medio del correr de ambulancias, del grito de sirenas rompiendo en dos el cielo de la ciudad de México y la incertidumbre salimos de la capital del país, esa ciudad que parece haber sido diseñada para soportarlo todo mientras en el camino veíamos a través de las redes sociales aquellas imágenes de dolor que nos hacían comprender que por alguna extraña razón habíamos logrado salir con vida.

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