José Luis Ceja Guerra/Cd. De México.
No importa cuántos simulacros se realicen nada nos prepara
para la realidad. 32 años después la ciudad de México volvió a sentir el pavor
de la tierra embravecida.
Pasaban las 11 de la mañana del martes 19 de septiembre
cuando arribábamos al Congreso de la Unión en la Capital del País. Sobre nuestros
cuerpos pesaban ya horas y horas del viaje iniciado justo a las 00 horas de ese
día.
Tras dar varias vueltas al Palacio Legislativo nos avisaron
que nuestro autobús ingresaría por la puertas 4 sin embargo no hubo acceso y
tuvimos que ingresar caminando por la puerta del acceso al helipuerto.
El sol caía a plomo mientras la gente abandonaba de manera
ordenada los edificios, era el simulacro por la conmemoración del XXXII aniversario
del terremoto que devastó a ciudad de México. Un sentimiento de aprensión se
apoderó de mí, una extraña preocupación que hasta ese momento no podía
explicar.
Mientras los brigadistas que coordinaban el simulacro daban
instrucciones a través de sus megáfonos juro que sentí que el piso bajo mis
pies se movía, no lo sé, no quisiera aventurarme a llamarlo una premonición: “Me
arrepiento de haber venido” dije a alguno de los compañeros de viaje quien
solamente se sonrió.
Concluido el simulacro el Congreso volvió a sus labores
habituales; nosotros, unas cuarenta personas ingresamos al edificio E del
Legislativo para ser partícipes del arranque de la campaña nacional “Por una
cultura de paz” los discursos sobre la necesidad de generar una cultura basada
en el respeto, el diálogo y la tolerancia se sucedieron uno tras otros seguidos
de un concierto de la filarmónica juvenil de la ciudad de Morelia.
En un intermedio justo después de la interpretación del son
veracruzano de “La Bruja” aproveché para salir de la sala por un café y un cigarrillo,
me indicaron que debía salir a la Plaza de los Constituyentes a fumar, se abría
la puerta de cristal cuando alcance la escalerilla para descender a la
plazoleta con un café en mi mano derecha.
Dicen que sí, pero yo no escuché la alerta sísmica, me enteré
del temblor cuando sentí que el piso se movía furiosamente bajo mis pies; de
repente todo era un caos, la gente salió de los edificios a toda prisa, había
gritos de amigos buscando a amigos, no sé como pero caí, un camarógrafo del
canal del Congreso regresó por mí, intentó arrastrarme hasta la zona de
seguridad, era inútil, un integrante del equipo de seguridad se sumó al esfuerzo,
después una mujer y entre todos me llevaron hasta la plazoleta.
Era un caos, fueron segundo en que la vista de todos estaba
fija en los muros de los edificios circundantes que amenazaban con cubrirnos,
segundos de desesperación, de crisis nerviosas, de gritos desesperados para
lograr reunir a los contingentes de visitantes. Los brigadistas daban
instrucciones que poca gente seguía. Segundos que terminaron finalmente y
después la desesperación de todos por comunicarse con los seres queridos, no
había red de telefonía sin embargo las conexiones a internet se mantenían
activas y fue lo que generó mayor temor.
Quienes estábamos al interior de las instalaciones no
alcanzamos a dimensionar lo que estaba ocurriendo; sólo veíamos pasar
helicópteros, sirenas y los videos de edificios y vialidades destruidas ponía
una nota de angustia, miedo y dolor en todos.
La orquesta juvenil de Morelia intentó calmar los ánimos
angustiados y comenzaron a interpretar melodías que sacaran de su estado a la
gente congregada en la plazoleta; las notas del Cielito Lindo se elevaron y
algunos de los asistentes entonaron la emblemática melodía aún con la voz
quebrada y los ojos a punto de estallar; había miedo, pero había también esa
necesidad de demostrar fortaleza para evitar mayor miedo.
La vialidades fueron cerradas para dar prioridad a los
servicios de emergencia, la falta de información de lo que ocurría en el
exterior y por fin por breves periodos se reestablecía la red de telefonía y la
comunicación con los seres queridos volvía a poner nudos en las gargantas de
quienes lograban comunicarse.
Cerca de las cuatro de la tarde en medio del correr de
ambulancias, del grito de sirenas rompiendo en dos el cielo de la ciudad de
México y la incertidumbre salimos de la capital del país, esa ciudad que parece
haber sido diseñada para soportarlo todo mientras en el camino veíamos a través
de las redes sociales aquellas imágenes de dolor que nos hacían comprender que
por alguna extraña razón habíamos logrado salir con vida.