domingo, 7 de junio de 2020

En el Día de la Libertad de Expresión


Contrario a lo que parece, el oficio de comunicar es el más sencillo del mundo, basta con escribir o reproducir las cosas que ocurren en nuestro entorno sin dar nuestra opinión, por importante que nos parezca a nosotros mismos.
A la gente le interesa lo que ocurre, no le interesa lo que nosotros pensamos sobre lo que pasa, básicamente, los comunicadores (pónganse periodistas, comunicólogos, analistas, etc.) somos meramente una vía para llevar la información de la fuente emisora al receptor y nada más.
El arte de comunicar lo hemos vuelto difícil los propios comunicadores que no han entendido que un periodista no es un actor social, no es un estratega político, no es un consultor en temas gubernamentales, hay especialistas en eso.
El comunicador tampoco es un gestor social y eso debe quedar claro, tampoco un aplaudidor o crítico sistemático de los gobiernos en turno.
La administración gubernamental, lo mismo que el acontecer social, están llenos de claroscuros en lo que no todo es bueno ni todo es malo, es justo ahí, en la habilidad de diferenciar estos matices, donde radica la complejidad para ejercer la comunicación.
Aunque ataque los egos, los comunicadores no mueven masas ni definen elecciones o dan directrices para la aplicación de políticas públicas.
El comunicador no puede, no debe formar la opinión de sus lectores o televidentes o radio escuchas, la obligación del comunicador es dar a su audiencia los elementos necesarios para que, desde su formación académica, social, cultural y humana, la audiencia forme su propia opinión.

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